LOS
HECHOS Y LA IMAGEN |
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Michelángelo Antonioni |
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Un realizador, un director cinematográfico, es una persona como cualquier otra. Sin embargo su vida no es como la de cualquiera. Para nosotros VER es un necesidad. Para el pintor el problema es igualmente de visión; pero mientras que para él se trata de un revelar, de un descubrir, para el realizador el problema es capturar una realidad nunca estática, siempre en movimiento desde o hacia un momento de cristalización, y presentar este movimiento, esa llegada y nueva partida, como una percepción nueva. No se trata de sonido - palabras, ruido, música - ni de una ilustración - paisajes, gestos, actitudes. Se trata de un todo indivisible que se extiende en una duración propia, determinante de su propio ser. En este punto entra en escena la dimensión tiempo en su mas moderna concepción. Es en este orden de la intuición que el cine puede adquirir un carácter nuevo, ya no meramente figurativo. Gente a nuestro alrededor, lugares que visitamos, hechos de los que somos testigos. Lo que tiene sentido hoy para nosotros son las relaciones espacio-temporales entre éstos, y la tensión resultante de estas relaciones. Creo que esta es una forma especial de estar en contacto con la realidad, que es además una realidad especial. Perder este contacto, en el sentido de perder este MODO de contactarse, puede significar la esterilidad. De allí la ¡mportancia para un director aún mas que para otros artistas, precisamente por la complejidad del material que tiene entre manos, de estar, en alguna forma, moralmente comprometido. Es casi superfluo señalar que nuestro esfuerzo como realizadores debe ser simplemente el de ajustar los datos de nuestra experiencia personal, según los de una experiencia mas general. De la misma forma que el tiempo individual se ajusta misteriosamente con el del cosmos. Pero incluso este esfuerzo será estéril si no acertamos en dar, por estos medios, una justificación sincera de las elecciones que la vida nos ha obligado a hacer.
Fue durante la guerra. Estaba en Niza esperando una visa para ir a París a encontrarme con Marcel Carné, con quien iba a trabajar como asistente. Eran días llenos de impaciencia y de aburrimiento, de noticias sobre una guerra que se mantenía inmóvil sobre un absurdo llamado Linea Maginot. Supongamos que uno tiene que construir un trozo de film basado en estos hechos y en este estado de ánimo. Yo trataría en primer lugar de retirar los hechos concretos de la escena, y dejar solo la imagen descripta en las primeras cuatro lineas. En esa costa blanca, esa figura solitaria, ese silencio hay - creo - una extraordinaria fuerza de impacto. El suceso aquí no agrega nada, es superfluo. Me recuerdo interesado cuando sucedió. El muerto actuó como distracción a un estado de tensión. Pero el verdadero vacío, el malestar, la ansiedad, la nausea, la atrofia de todos los sentimientos y deseos normales, el terror, la ira... todo aquello sentí cuando, al salir del Negresco, me encontré en esa blancura, en esa nada que tomaba forma alrededor de un punto negro.
Aparecido
en CINEMA NUOVO no. 164, y en SIGHT AND SOUND, Marzo '64. |
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